UNAS PRECIOSAS MÁSCARAS

Lluís Sintes (Romeo et Juliette - Sabadell 1994)

Estábamos ya en los últimos ensayos de la ópera Romeo et Juliette de Charles Gounod. La producción, muy especial, proponía una interesante superposición de situaciones paralelas. Mientras nuestra historia narraba el odio y la muerte entre dos familias rivales del mismo pueblo y la misma raza, más allá del mar, en esos mismos instantes, otra lucha regaba de sangre pueblos enteros. Fue una guerra cruel que enfrentó a vecinos e incluso familiares: la Guerra de los Balcanes. 
La obra comienza con una pieza coral a modo de introducción explicando con pesadumbre la sinrazón, el odio rival de dos familias vecinas, y el amor surgido entre los hijos más jóvenes de cada una de ellas: Romeo, de los Montescos y Julieta, de los Capuletos.  Así pues el inicio era fuertemente conmovedor, aparecía el coro en un lugar indefinido, oscuro, humeante y frio, podía muy bien ser un refugio de Sarajevo en plena contienda. Todos iban vestidos con abrigos negros, grises o muy neutros.  Esos posibles refugiados de la guerra fratricida nos cuentan una historia de siglos atrás, pero en el fondo, no hacen más que narrar una situación gemela a la actual, realmente triste!. 
Pues bien, la producción, con ropajes expresamente inexactos y más basada en la luminotecnia que en una escenografía concreta y cerrada, ofrecía, de manera libre y sencilla, espacios y escenas de gran belleza plástica. En uno de esos momentos, cuando Romeo y sus amigos acceden secretamente a la fiesta de máscaras que se celebra en casa de los Capuletos, avanzábamos gateando entre las piernas de los invitados hasta llegar al proscenio. Romeo era el tenor, y yo Mercutio el barítono, íbamos con Stephano, Benvolio y algunos figurantes. Cuando por fin, de rodillas en el suelo, nos quedábamos solos en el escenario, yo invitaba a mis amigos a quitarnos las caretas de manera cómica y desafiante.  Las máscaras eran preciosas, tenían relieve y estaban inspiradas en la antigua tragedia griega. La de Romeo representaba el amor, la mía representaba la muerte (recordemos que Mercutio muere defendiendo el honor de su gran amigo). Teníamos que descubrirnos dejándolas sobre la frente cogidas por una goma elástica. En ese momento mi personaje, haciendo burla del estado de enamoramiento de Romeo, canta para todos el aria de la Reina Mab. Seguíamos en el suelo y mi postura era realmente incómoda para cantar. Con permiso del director me levantaba y evolucionaba entre el grupo que seguía atento a mi relato. En esos ensayos finales, ya equipados con nuestros atuendos, los figurinistas notaron, desde el patio de butacas, que las máscaras no se veían con suficiente relieve sobre la cara del personaje, no produciéndose el efecto para el cual habían sido especialmente diseñadas. Así, al día siguiente nos habían pegado en la parte posterior tres o cuatro bolas gordas de espuma amarilla, como la que se utiliza para rellenar cojines.  En el ensayo general todos seguían atentos al nuevo relieve de los antifaces, la idea había sido genial, pero la cosa presentaba un problema, en el momento de descubrirnos,  se entreveía, cosa que afeaba mucho, el amarillo estridente de las espumas. Solución: se pensó en teñir de negro las bolas y así el truco de la espuma amarilla pasaría totalmente desapercibido. Llegamos a la primera función, se había generado gran expectación ante aquel estreno, el teatro aparecía rebosante, nervios, calentar la voz, patear el escenario, recordar la música, los textos, apunto ya los estupendos ropajes. 
Comenzada la representación, y antes de llegar a la escena de la fiesta, nos dieron los antifaces y salimos a escena gateando. Llegando al proscenio era mi personaje quien primero cantaba, diciendo a los demás:  - “enfin la place est libre, amis! Pour un instant quil soit permis d’oter son masque...”  que venía a significar:  - “venga, quitémonos las máscaras que aquí no hay nadie que nos pueda ver”.  Dicho esto era yo el primero en descubrirme invitando a los demás a seguirme. A punto ya de cantar la difícil aria, veo que mis compañeros me miran con una expresión extraña, pensé:  - o están muy metidos en la historia o aquí está pasando algo… Se descubren los demás dejando las máscaras sobre la frente y... Dios mío! horror! Las espumas no se habían secado a tiempo. Todos nosotros, incluido Romeo y un servidor, aparecimos con las caras llenas de manchas negras, el cuadro era extravagante parecíamos los “ciento un dálmatas”, tierra trágame!. Tuve que cantar el relato de la Reina Mab controlándome y dirigiéndome a mis compañeros sin mirarlos a la cara por temor a lanzar una sonora carcajada, que situación!. Ellos, mientras tanto, se tronchaban convulsionando y escondiendo la cabeza, estábamos al borde del desastre! 
Desconozco si el público notó algo, pero puedo asegurar que desde el escenario la estampa no tenia desperdicio. Finalmente el aria salió y el respetable aplaudió a rabiar, momento en el que ya aprovechamos todos para desternillarnos a gusto.  
La tierra no me tragó y aquí estoy rememorando éste episodio gracioso, al menos para quienes nos tocó vivirlo a teatro lleno y en noche de estreno. 

Lluís Sintes Mecadal (año 1994 - Romeo et Juliette Ópera de Sabadell)

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